54. Jahrgang Nr. 3 / März 2024
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Über das Papsttum der Römischen Bischöfe


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Le Siège apostolique < occupé >


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Ausgabe Nr. 4 Monat November 1996
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La silla apostólica ocupada
 
La silla apostólica „ocupada“,
o la esquizofrenia como principio de la teología

–Anotaciones sobre la tesis de de Lauriers
del „Papa materialiter, non formaliter“–


Eberhard Heller
trad. de Alberto Ciria


¡No es lo que ustedes están pensando! No se ha producido una nueva elección papal. ¡Gracias a Dios!, pensarán muchos. Tenemos ya demasiados „Santos Padres“: Bawden, Linus II, Gregorio (Palmar), etc.

Por otra parte tampoco es necesario, pues Juan Pablo II sigue ocupando esta silla. Eso lo dicen no sólo los modernistas y los reformadores, no sólo los econistas y los miembros de la hermandad de Pedro, no: también los des-laurieristas, que se han establecido en el norte de Italia y en Estados Unidos, son de esta opinión... a diferencia de nosotros, los sedisvacantistas. Reducida a un común denominador, esta idea es el resultado de una breve confrontación repetida con un grupo en la resistencia eclesiástica, del que yo supuse que sólo por razones de piedad hacia su antiguo mentor teológico Des Lauriers se obstinaba en la tesis divergente del „Papa materialiter, non formaliter“. ¡Pero me equivoqué con mucho! La virulencia de esta tesis, que constituye el fundamento para todo un sistema teológico que para sus partidarios es aún más significativo que el depositum fidei, se mantiene incólume en el grupo en torno al abad Ricossa. No hace mucho, incluso el obispo McKenna fundamentó la consagración del abad Stuyver, en Bélgica, el 16 de enero de este año, diciendo que él es partidario de esta idea. Es decir, recientemente tenemos un „obispo de tesis“ al que en junio se le agregó un segundo, a saber, el abad Sanborn de los Estados Unidos. Fundamentar la consagra-ción de obispos en el hecho de que sean partidarios de un determinado teorema, considerándolo desde la teología y desde la historia de la Iglesia, podría marcar un proceso bastante singular.

El 17 de diciembre del 2001 escribí aún al abad Ricossa: „Usted quiere mandar consagrar al abad Stuyver porque él defiende la tesis de des Lauriers del „Papa materialiter, non formaliter“, que está en contradicción con el juicio de constatación que Su Eminencia monseñor Ngô-dinh-Thuc emitió en su conocida DECLARATIO de 1982, según la cual la silla romana está vacante. Como usted tal vez sabrá, el autor de esta tesis, monseñor Guérard des Lauriers, la revisó más o menos al final de su vida (cfr. la carta correspondiente en las SAKA-Informationen). A pesar de esta revisión usted y su comunidad siguen insistiendo sobre ella, sin, por cuanto yo sé, haber fundamentado teológicamente esta perseverancia.“

En relación con la consagración del abad Stuyver, que se hizo a instancias del abad Ricossa, un ex-econista –contra las protestas de muchos sacerdotes de Francia y Bélgica a los que yo me sumé, y contra el ruego encarecido de muchos miembros de la comunidad, que expresamente para impedir la consagración habían rezado una novena (sabiendo que su sacerdote era inadecuado para este ministerio)–, se evidenció con qué obstinación los miembros de la comunidad Mater boni consilii, „Madre del buen consejo“, que injustamente tienen este nombre, en Verrua de Saboya, Italia, se aferran a este cadáver teológico. En un primer momento parecía que también el abad Ricossa era partidario de esta tesis sólo por piedad, ya que después de todo en su día a día religioso había colaborado estrechamente con sacerdotes sedisvacantistas, como el obispo Dolan, el abad Barbara y el párroco Schoonbroodt, y que se distanciaría de esta tesis cuando hubiera encontrado una explicación mejor para interpretar el estado actual de la Iglesia. ¡Eso fue un error! Desgraciadamente, a quienes se cree muertos la mayoría de las veces viven más tiempo. Desgraciadamente.

Pese a las muchas objeciones y refutaciones de la tesis del „Papa materialiter, non formaliter“ –pienso especialmente en los tratados escritos con acritud de Mira Davidoglou en Francia, en la revista LA VOIE, pero también a los argumentos publicados en EINSICHT–, los discípulos de Monseñor Guérard des Lauriers, especialmente el abad Ricossa, hasta ahora no han querido participar en una confrontación real. Siguen aceptando que insistiendo en una posición insostenible todos nuestros esfuerzos para una restitución de la Iglesia se seguirán paralizando sensiblemente.

Puesto que el abad Ricossa, en quien yo veo al principal responsable de estas empresas, no ha reac-cionado hasta ahora a mi propuesta de volver a examinar la dignidad de la tesis del „Papa materialiter, non formaliter“, para o bien llegar a una posición común o bien separarnos a causa de diferencias teológicas insuperables, por mi parte veo sólo la posibilidad de volver a presentar los argumentos contra esta tesis... con la esperanza de colaborar con ello para un esclarecimiento definitivo de los espíritus y para una resolución en esta importante pregunta.

A esta exposición sistemática seguirá una descripción de las circunstancias bajo las cuales Guérard des Lauriers fue ordenado obispo en 1981.

¿Qué significa la fórmula „Papa materialiter, non formaliter“, con la que el obispo Guérard des Lauriers trató de interpretar el estado de fe y eclesiástico de Juan Pablo II, en el que Guérard des Lauriers ve al –desde su punto de vista legítimo– poseedor del trono papal en el conflicto de proteger la fe con arreglo a su encomendación?

Según la concepción de des Lauriers, que él publicó en la revista CASSICIACUM, monseñor Wojtyla fue elegido Papa legítimamente –por una pars minior y sanior, por cerca de diez cardenales que aún había llamado Pío XII–: por eso él es „Papa materialiter“. Pero como en calidad de Papa sostiene habitualmente la herejía –lo cual en calidad de maestro superior no puede hacer– no es Papa en un sentido formal: „Papa non formaliter“, es decir, porque no actúa como un Papa. Pero sigue siendo „Papa materialiter“, es decir, sigue siendo en cierta manera un Papa potencial. Si en calidad de pastor y maestro superior volviera a proclamar doctrinas ortodoxas en cuestiones de fe y de moral, entonces Juan Pablo II volvería ser Papa „materialiter“ y también „formaliter“.

En las SAKA-Informationen de enero de 1984 escribe el obispo Guérard des Lauriers: „Por el mo-mento, la Iglesia en disputa está „ocupada“ y en un estado de privación (mise en état de privation)“. W. [es decir, monseñor Wojtyla] fue elegido en orden (doy validez a esto hasta una contrademostración segura) por un cónclave que constaba de unos diez cardenales auténticos (que no habían protestado contra la elección), luego ocupa en posesión la sede Papal. De este modo, es Papa „materiali-ter“ (según las circunstancias jurídicas externas). Además de otros infringimientos del deber, W. [monseñor Wojtyla] sostiene habitualmente la herejía. Es evidente que W. inflige un daño al „bien común“, que en la Iglesia en disputa en realidad tendría que ser fomentado desde esta posición. Por tanto, en base al derecho natural, metafísica y jurídicamente, W. es incapaz de ejercer la autoridad. Merced al derecho natural, que en último término viene directamente de Dios mismo, W. no tiene la autoridad fáctica. No es ni puede ser Papa „formaliter“ (en el auténtico sentido interior). No se le puede obedecer, pues sus pseudo-decretos son nulos.“ Anoto sólo que su tesis, enlazando con el presupuesto de la elección ordinal de Wojtyla, el obispo Guérard des Lauriers en realidad sólo podría haberla presentado como hipótesis.

A este pronunciamiento le sigue también la autopresentación del Instituto Mater boni consilii, al que también pertenece Ricossa: „Cualquiera puede constatar cómo la Iglesia es visitada por tormentas, tal como fueron profetizadas por el Señor, que vienen a ser las peores en sus casi dos mil años de historia. En el Instituto se es de la opinión de que el origen de todo ello hay que buscarlo en el Vaticano Segundo. Allí se gestó la nueva doctrina de la colegialidad de los obispos, de la libertad de religión, del ecumenismo y de la pertenencia de los no católicos al cuerpo místico de Jesucristo, la nueva doctrina sobre las religiones no cristianas y en particular sobre el judaísmo, la relación entre la Iglesia y el mundo de hoy, que sin embargo está en contradicción con el ministerio doctrinal de la Iglesia, con tantos Papas y concilios ecuménicos. La reforma de la liturgia, en particular de la Santa Misa y del derecho eclesiástico, es perjudicial para las almas, propicia la doctrina errónea del protestantismo y permite lo que en base al derecho divino está prohibido (como por ejemplo acciones propias del servicio divino en comunidad con herejes). Pero esto no puede proceder de la Iglesia católica, que después de todo es conducida por el Espíritu Santo y por el sucesor legítimo e infalible de San Pedro. En medio de esta crisis sin parangón que arrastra necesariamente a todos aquellos que han aprobado los documentos del Concilio y las reformas resultantes de ellos, el Instituto no puede aceptar las nuevas doctrinas que atentan contra la fe y la moral, pero tampoco puede sublevar a los fieles llamándolos a la desobediencia frente a la autoridad legítima de la Iglesia. Por eso el Instituto sostiene la llamada tesis de Cassiciacum (esta designación procede de la revista teológica donde esta tesis se expuso por vez primera). Esta tesis la expuso el padre Guérard des Lauriers, beato, miembro de la Academia Papal de Santo Tomás, antiguo profesor de la Universidad Papal Lateranense y en le Saulchoir (Francia). Según esta tesis, Pablo VI y sus sucesores no ostentan la autoridad papal, aun-que hayan sido elegidos legítimamente. Según las categorías de la escolástica y según el cardenal Cayetano, el gran comentador de Santo Tomás del siglo XVI, y del erudito Roberto Bellarmino, que vuelve a retomar esta diferencia, son „Papas“ sólo materialiter, pero no formaliter. Puesto que ellos no desarrollan el bien de la Iglesia y propagan errores y doctrinas erróneas en la doctrina, no reciben de Cristo ninguna fuerza para dirigir a los fieles, para adoctrinarlos y santificarlos, mientras no se retracten de estos errores.“ (Esto puede consultarse en el Istituto Mater Boni Consilii, Località Carbignano 36, I - 10020 Verrua Savoia, tel.: 0161/839335, Fax.: 0161/839334, e-mail: sodalitium@plion.it, a través de la página web: www.plion.it/sodali.)

Pese a la afirmación antes aducida de que monseñor Wojtyla „propagaría errores y doctrinas erróneas en la doctrina“, el abad Ricossa, que es la cabeza teológica del instituto, rechaza el reproche de que Juan Pablo II sea un hereje „formal“, lo que dicho sin ambages quiere decir que Ricossa opina que monseñor Wojtyla no tiene claro lo que dice... ¡en calidad de presunto maestro supremo! Esta postura es tanto más incomprensible por cuanto que Ricossa, al salir de Econe, había fundamentado este paso con una declaración en la que –junto con los otros tres padres (Munari, Nitoglia y Murro)– condenaba los errores de Econe en cuanto a la autoridad del Papa y del ministerio doctrinal. (1)

Puesto que Wojtyla ha seguido siendo „Papa materialiter“ –pese a su palmaria herejía, y yo añado: pese a su apostasía–, no puede decirse que la silla apostólica esté desocupada (de manera consecuente, el instituto Mater boni consilii ponía el escudo de Juan Pablo II en su anterior página web): simplemente no es „activa“ en cuanto al cumplimiento de sus tareas que de él se espera. Por eso Ricossa y sus partidarios –para repetir esta sentencia– „no pueden sublevar a los fieles llamándolos a la desobediencia frente a la autoridad legítima de la Iglesia“ (refiriéndose a monseñor Wojtyla).

La tesis del „Papa materialiter, non formaliter“ puede reducirse a la fórmula simplificada: Juan Pablo II fue elegido Papa legítimamente. Lo sigue siendo aun cuando „sostenga habitualmente la herejía“. Sólo que no hay que obedecer a estos decretos heréticos. Si Juan Pablo II sostuviera de nuevo la doctrina de la Iglesia, volvería a ser Papa en toda la extensión. Sólo hay que esperar a su conversión.

A esta posición se le pueden hacer diversas preguntas:

1) ¿Corresponde a la argumentación que la Iglesia ha desarrollado hasta ahora?
2) ¿Realmente Juan Pablo II fue elegido legítimamente?
3) ¿Puede un hereje ser o seguir siendo Papa?
4) ¿Qué consecuencias de desprenden de ello para la pretendida reconstrucción de la Iglesia?

En un primer momento, la tesis del „Papa materialiter, non formaliter“, suena bastante plausible: un Papa, como maestro supremo de la Iglesia, no puede ser al mismo tiempo el proclamador de herejías. Y si pese a todo lo hace, entonces no hay que obedecerle... hasta que haya vuelto a la ortodoxia. Pero sigue siendo Papa potencial. En el curso de los años he experimentado que la mayoría de los creyentes tiene bastantes dificultades con el problema de un „Papa haereticus“. A los ojos de muchos, el Papa (o „Papa“) es un „bastión inexpugnable“, y apenas se tiene éxito si se trata de des-mantelarlo. Con esto no me refiero únicamente a la amplia opinión pública, a cuya opinión también se han sumado los católicos modernistas –obsérvese sólo la adoración acrítica, en parte entusiástica de monseñor Wojtyla, a quien festeja incluso la prensa liberal–, sino también a muchos clérigos y laicos tradicionalistas. ¿Acaso el propio Cristo no había prometido a Pedro: „Tú eres Pedro, la roca, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia“ (Mat. 16, 18)? Además, en el Concilio Vaticano I se proclamó además la infalibilidad del Papa como dogma vinculante:

„Cuando el obispo romano habla ex cathedra, es decir, cuando, ejerciendo su ministerio como pastor y maestro de todos los cristianos, desde el supremo poder apostólico de su ministerio decide definitivamente que una doctrina sobre la fe o la moral ha de ser asumida por toda la Iglesia, en base a la asistencia divina que le es prometida en la persona de San Pedro posee aquella infalibilidad de la que el redentor divino quiso saber provista a su Iglesia en las decisiones definitivas en las doctrinas de fe y de moral. Por consiguiente, estas decisiones definitivas del obispo romano son inmodificables por sí mismas, y no en base a la aprobación de la Iglesia.“ (Denz 1839)

Simplemente no podía estar permitido aquello que no debía ser, a saber, que un Papa pueda ser hereje. Por eso, cuando antes se hablaba de herejía y de cisma a propósito de la persona de Pablo VI –pienso en los sutiles tratados del abad de Nantes, entre otros en su Liber accusationis o en su revista CRC–, se manifestaba de modo legalista, incluso místico, que el Papa sigue siendo Papa aun como posible hereje o como hereje real. En último término existía el truco teológico con el hereje, pero que no era „formal“. A menudo se buscaban razones para probar que Montini en realidad nunca había llegado a ser Papa. El Dr. Gliwitzky designó esta postura con bastante acierto de este modo: „La renuncia largamente practicada a traer la fe a la intelección es una de las raíces más profundas de la llamada crisis en la que estamos. Por tanto, todo nuestro esfuerzo tiene que orientarse a, observando los signos, fomentar el saber de cuándo únicamente se está opinando y deseando, cuándo se está esperando, cuándo se está creyendo y cuándo se está sabiendo en la verdad.“(Dr. Hans Gliwitzky, en EINSICHT, año I, Nr. 12, p. 37, artículo „Garabandal“)

En esta medida el padre Guérard des Lauriers había resumido esta postura –psicológicamente tal vez comprensible– en su tesis como en una fórmula. ¿Pero corresponde a la doctrina de la Iglesia, o refleja la concepción de la Iglesia? Ya San Paschasius advierte en el siglo IX: „Quien busca algo fuera de la Iglesia sólo encuentra falsedad, y quien no acepta lo que dijo Cristo se pone a sí mismo fuera de la verdad.“ (2) Naturalmente eso también vale para el Papa. „De este modo, un Papa puede separarse de la cabeza, es decir, de Cristo, mediante la desobediencia en cosas del culto, cuyo deber es protegerlas. A un Papa así, que quiere destruir la Iglesia, se le tienen que oponer todos los cristianos.“ (3) „Un Papa que sostiene doctrinas erróneas“, advierte Suárez, „ya no es Papa, y si se equivoca, entonces no se equivoca como Papa, así como la Iglesia no se equivoca (en esto): ella puede elegir a otro.“ (4) En „Romani Pontificis in definiendo infallibilitas“ se dice: „Sólo con que un Papa se haga culpable de herejía está ya fuera de la Iglesia, y Dios mismo le ha relegado de su ministerio.“ (5) „Por tanto un hereje manifiesto no puede ser Papa“: así dice también el juicio del maestro de la Iglesia San Roberto Bellarmino. (6) Por eso el modo como Ricossa se refiere a San Bellarmino en su fundamentación de la tesis de des Lauriers es totalmente incomprensible, toda vez que éste no sólo no conoce la distinción entre un Papa formaliter y uno materialiter, sino que incluso excluye expresamente la posibilidad de que pueda haber un Papa como Papa hereje (en De romano Pontifice).

Si se compara la tesis de des Lauriers con estas posiciones, puede constatarse fácilmente que no se produce una división entre un Papa „actual“ y uno „potencial“. La herejía tiene para él ka consecuen-cia inmediata de la pérdida del ministerio. Como demuestra la teóloga Myra Davidoglou, la tesis del „Papa materialiter, non formaliter“ es nueva: „Tous les papes que l‘Eglise catholique a connus depuis sa fondation sont papes formels; l‘idée d‘un pape potentiel ayant droit a titres de Pontife romain et au Siège apostolique est une nouveauté, en déuire de l‘Ecriture sainte ou de la Tradition apostolíque, les deux seules sources de la Révélation divine, ni même de l‘historie de l‘Eglise, la possibilité de l‘existence d‘un tel pape. Sous ce rapport, nous avons donc affaire â une doctrine purement humaine dont nous bornerons.“ (LA VOIE, 1991, Nr. 21, p. 2: „Analyse logique et theologique de la thése dite de Cassiciacum“). „Todos los Papas que la Iglesia católica ha conocido desde su fundación han sido Papas formales. El pensamiento de un Papa potencial con derecho a la silla apostólica es una novedad en el sentido de que eso no puede concluirse a partir de las Sagradas Escrituras ni de la tradición apostólica, las dos únicas fuentes de la revelación divina, ni tampoco a partir de la historia de la Iglesia. Desde este punto de vista, aquí nos hallamos ante una doctrina puramente humana [es decir, puramente personal].“ (Traducción del párroco Schoonbroodt) Myra Davidoglou continúa: „Dira-t-on que celui a perdu la papauté n‘en est pas pour autant déchu? [...] Et pourtant, c‘est sur „l‘appa-raitre“, come il dit, que l‘auteur va s‘appuyer pour tenter d‘établir l‘occupation non de fait (laquelle est évidente), mais de droit du Siège de Pierre par des hommes come Montini ou fait hors de l‘Eglise, parce qu‘excommniés et anathémisés par le Concile du Vatican (1870).“ (LA VOIE, 1991, Nr. 21, p. 3) („Si ha perdido el papado, ¿no se ha salido de él? [...] Y sin embargo el autor [des Lauriers] se apoya para demostrar no la auténtica posesión de la silla papal (lo cual es evidente), sino el derecho a ocupar la silla de Pedro –en el caso de Montini y de Wojtyla–, mientras que él mismo indica que son herejes, es decir, que en realidad están fuera de la Iglesia no sólo de iure, sino también de facto, porque están excomulgados y anatemizados por el Concilio Vaticano Primero –1870–.“ (Traducción del párroco Schoonbroodt)

Aunque des Lauriers no niega la posibilidad de la sedisvacancia, en su opinión ésta sólo se produciría si la elección como Papa de Montini o de Wojtyla hubiera sido inválida, lo cual tendría primero que ser demostrado.

El antiguo profesor de la Gregoriana, des Lauriers, y sus adeptos, no entienden que la acusación de herejía no se dirige al Papa en tanto que Papa, es decir, que con ello se está juzgando quasi por encima del Papa, lo que no está permitido según la máxima de que „el Papa no puede ser juzgado por nadie“ (porque en tanto que Papa es él mismo el juez supremo (7), sino que se trata de un juicio de constatación en el que se declara que a de causa una determinada herejía la persona respectiva ha dejado de ser Papa.

Abordamos ahora la cuestión de si Wojtyla fue elegido Papa válidamente.

Supongamos –para adoptar la posición de monseñor Guérard des Lauriers– que monseñor Wojtyla hubiera sido elegido por una „pars minor et sanior“: entonces la elección habría podido ser válida si el elegido hubiera sido un obispo ortodoxo. Pero la ortodoxia de Wojtyla antes de la elección puede discutirse con razón. Me ahorro enumerar las herejías conocidas de todos que él sostuvo ya antes de ocupar su ministerio. Sólo indico que él fue uno de los que fomentaron especialmente las reformas (a diferencia del cardenal Wischinky, que aunque tampoco opuso resistencia, al fin y al cabo tuvo el mérito de haber reforzado con su intervención a los polacos en su actitud anticomunista). Tras la bula de Pablo IV „Cum ex apostolatus officio“ del 15 de febrero de 1559, los prelados y los obispos que antes de ser promovidos se han desviado de la fe católica pierden automáticamente su autoridad y todo ministerio. No tienen potestad para desempeñar un ministerio. Después de que Pablo IV confirma primeramente todas las sanciones que fueron aplicadas a heréticos y cismáticos (8) , habla decididamente sobre la inhabilidad de los herejes para el ministerio:

„Añadimos que si en algún momento hubiera de mostrarse que un obispo, aun cuando actúe en lugar de un arzobispo o un patriarca, o un cardenal de la Iglesia Católica, a la que nos hemos referido antes, también –adviértase– un legado o incluso un pontífice romano antes de ser nombrado cardenal o antes de su elección como pontífice romano, se ha desviado de la fe católica, ha caído en una herejía o en cisma, o los ha provocado y causado, entonces su nombramiento o elección, aun cuando esto haya sucedido con la conformidad y la aprobación unánime de todos los cardenales, son nulos, inoperantes y sin valor. Ni con el recibimiento de la consagración episcopal ni la consiguiente adopción de la dirección y la administración, ni siquiera con la „entronización del Romano Pontífice“ ni con la veneración ni la obediencia que todos le deben, por mucho que hayan durado, pueden des-ignarse válidos ni recibir la validez, ni considerarse válidos en ningún aspecto parcial. Hay que pensar que a todos aquellos que de tal modo fueron promovidos a obispos, arzobispos, patriarcas o primados, se les ha adjudicado o se les adjudicará una capacidad de administración nula en asuntos espirituales y temporales. Todo aquello que de cualquier manera ellos hayan expresado, creado, realizado o administrado, y todo lo que se siga de ahí, carece de validez y no puede conferir ninguna seguridad ni tampoco un derecho a nadie. Así pues, los promovidos y elegidos de este modo pierden eo ipso y sin ninguna declaración toda dignidad, posición, honor, título, toda autoridad, todo ministerio y todo poder, aun cuando todos y cada uno de los así promovidos o elegidos anteriormente no se hubieran desviado de la fe y no hubieran sido herejes ni hubieran caído en un cisma no lo hubieran creado u ocasionado.“ (Bula „Cum ex apostolatus officio“, § 6)

Por eso, según esta bula no puede admitirse el supuesto de que hubiera habido una „pars minor et sanior“, es decir, legítimos electores del Papa, puesto que ellos habrían perdido igualmente su cargo a causa de la herejía. (En cuanto a la herejía de los obispos y cardenales italianos, monseñor Guérard des Lauriers mantenía una posición más bien peculiar, que se basaba en su experiencia con estas personas: en cierta ocasión nos dijo al Dr. Hiller y a mí que los prelados italianos, que por lo general cuando eran seminaristas fueron alumnos suyos, eran tan tontos que ni siquiera eran capaces de sostener herejías, porque no sabían lo que es esto.) Aquí no encuentra aplicación el decreto del CIC según el cual infringimientos jurídicos que son sancionados con censuras no limitan el derecho de elección de los cardenales, porque no se trata de delitos de derecho, sino de delitos de fe.

Se argumenta aún que Juan Pablo II es un hereje material pero no formal, lo cual significa que sostiene una herejía pero no sabe que lo es. Hay que tener claro lo que esto significa: el maestro supremo y el velador de la doctrina no sabe lo que ha de enseñar ni lo que debe custodiar. Estas son las puertas traseras teológicas que la gente como Ricossa se dejan abiertas para no tener que extraer las consecuencias decisivas. Tal concepción está excluida según el Canon 16 § 2a del CIC, según el cual el posesor de un cargo, especialmente si se trata del posesor del ministerio doctrinal de la Iglesia, no puede hacer valer que no conoce su fe. Puesto que Wojtyla fue ordenado obispo aún bajo Pío XII, previamente tuvo que acreditarse su ortodoxia en un proceso de información y de definición (cfr. CIC, Can. 330 y 331).

La pregunta de si un hereje puede ser Papa, los maestros de la Iglesia y los teólogos que se han ocupado de este problema la han respondido inequívocamente con una negación, como se ha dicho antes (Bellarmino, Cayetano, Suárez). El Dr. Katzer, que en el ámbito de habla alemana ocupaba como teólogo una posición similar a la del padre Sáenz y Arriaga en Méjico, se ha ocupado con más precisión de este tema en el artículo „Silla apostólica desocupada“ (EINSICHT VIII/5 de diciembre de 1978, p. 168 ss., reeditado en EINSICHT XXXII/1, p. 13 s.). Según él, „la silla apostólica [...] puede estar desocupada:

a) por muerte física del Papa,
b) por muerte moral del Papa.

El Papa está moralmente muerto cuando ha pecado manifiestamente contra la doctrina de la fe o de la moral. Pero no por ello la silla apostólica queda huérfana, como enfatiza el Papa Pío VI en su conocida constitución apostólica „Auctorem fidei“, tan importante para nuestros tiempos, refiriéndose a san Pedro Crisólogo (9): „Pedro, viviendo en su trono y ocupando la presidencia, ofrece a quienes la demandan la verdad de la fe.“ Esto sucede merced a los juicios infalibles e inderogables de la silla apostólica.“

El decreto de Bellarmino según el cual „Papa haereticus depositus est“, „un Papa hereje está depues-to“ –un juicio de constatación–, es completado con la fórmula de Cayetano „deponendus est“, „hay que deponerlo“, en el sentido de que este juicio de constatación hay que darlo a conocer, es decir, que la persona respectiva tiene que ser declarada por la Iglesia como depuesto, porque la Iglesia es una comunidad visible y jurídica, que tiene que estar informada sobre el estado de su cabeza superior. Exactamente esto hizo Su Eminencia monseñor Ngô-dinh-Thuc con su DECLARATIO del 25 de febrero de 1982. No en el sentido de que en la DECLARATIO se constate por vez primera la sedisvacancia y se muestren las consecuencias necesarias, pero es el único documento de un antiguo portador del cargo, de alto rango y muy estimado, que ha acertado con esta constatación y la ha proclamado públicamente. Aun cuando no fuera redactada desde el cargo sino „sólo“ „ex caritate“, es decir, por preocupación por el bien de la Iglesia, sin embargo monseñor Ngô-dinh-Thuc, en calidad de obispo de la Iglesia católico-romana, expresó esta constatación de modo jurídicamente vinculante para los creyentes. La DECLARATIO es el documento con el que podemos asegurar también en sentido jurídico nuestra resistencia y las demás actividades –más allá de la justificación desde la visión personal de que la jerarquía ha apostasiado–.(10)

La tesis de des Lauriers de que un Papa caído en herejía (un autor americano ha hecho una lista de 101 herejías sólo de Juan Pablo II) –adviértase que un Papa elegido legítimamente– es un „Papa materialiter“, es decir, un Papa que todavía puede serlo potencialmente, queda con ello inequívocamente refutada. El ministerio papal se ha acabado exactamente cuando el posesor de este ministerio cae en herejía. Como se ha mostrado, el truco de que no es consciente de su herejía, es decir, de que no es un hereje formal, no se puede aplicar. ¿Por qué? Porque no puede ser que aquel que en calidad de sucesor del representante de Cristo aquí en la tierra fue instaurado como maestro y velador supre-mo de la integridad de la fe proclame simultáneamente la verdad y el error. La identidad de la persona de un Papa no se puede dividir esquizofrénicamente en una „material“ y por otro lado una „formal“, pues en cuanto tal no estaría en condiciones de preservar su identidad como persona. Tal división esquizofrénica de la persona sería, en cuanto a su contenido, no sólo contradictoria, sino también un contrasentido.

Alguien que, como el Papa, reivindica infalibilidad en asuntos de fe y de moral, que en los ámbitos mencionados encarna la verdad qua ministerio, no puede ser al mismo tiempo el representante del error y de la falsedad. Referido a la persona respectiva, eso significaría no sólo que hace valer la contradicción, sino que introduce la esquizofrenia como principio en la teología. En el momento en que Juan Pablo II muestra que también está propagando el error –como ha acentuado monseñor Guérard des Lauriers, que sostiene por costumbre la herejía–, deja de ser el representante de la verdad infalible.

La tesis „Juan Pablo II es Papa cuando proclama algo ortodoxo y no lo es cuando dice algo herético“, significa a su vez que cada creyente tendría que juzgar cada vez sobre la ortodoxia o sobre la herejía del papa. Con ello, la autoridad doctrinal de Roma quedaría transferida a cada creyente, pues ya no sería cierto que „Roma locuta, causa finita“ („Roma ha hablado, el asunto está terminado“), sino: cuando Roma ha hablado, sólo entonces se desata el debate entre los creyentes.

¿Qué aspecto tendría bajo este presupuesto –la tesis del „Papa materialiter, non formaliter“– una restitución o una reconstrucción de la Iglesia? (11) Puesto que el „Papa materialiter“ sigue siendo Papa –pese a la propaganda del error e incluso de la apostasía–, sólo se trata de que vuelva a ser Papa „formaliter“, es decir, que es al mismo tiempo „Papa materialiter“ y „formaliter“ cuando sostenga (de nuevo) posiciones ortodoxas. Los partidarios como el abad Ricossa esperan por tanto que Juan Pablo II se vuelva a convertir. Con ello, en cuanto a la restitución de la autoridad, la crisis se habría superado... al menos por cuanto concierne a la persona de Juan Pablo II. La cuestión de los otros obispos heréticos o apóstatas (entre tanto „obispos“), que tendrían que ser tratados de modo análogo: „episcopus materialiter, non formaliter“, quedaría aún irresuelta. (Pero tal vez el regreso del „Papa materialiter“ a la ortodoxia implique también la de los „Episcopi materialiter“.) Sobre la segu-ridad jurídica y sobre la recuperación de la jurisdicción de estos reconfesos no habla ni des Lauriers ni Ricossa. ¿Pero qué sucede si Juan Pablo II mezcla fuertemente en sus decretos la ortodoxia y la herejía –¡Wojtyla es un maestro de la dialéctica!–? ¿Es entonces Papa „materialiter“ y al mismo tiempo „formaliter/non formaliter“? Este juego absurdo puede llevarse todo lo lejos que se quiera.

Esta espera de la conversión de monseñor Wojtyla la he comparado siempre con la „espera a Godot“ que Samuel Becket describe en la obra de teatro homónima. Allí se espera a Godot, del cual se sabe que nunca llegará... es decir, una espera completamente absurda. Con estos absurdos se pueden montar obras de teatro (para representar el absurdo), pero no llevar a cabo la reconstrucción de la Iglesia. ¿No se enteró Guérard des Lauriers de que la apostasía es uno de los pecados que son irreversibles, es decir, el rechazo de la verdad, de la verdad viva, por ella misma? ¿Lo han olvidado sus discípulos, entre los que también se encuentra el abad Sanborn en Estados Unidos?

Mientras tanto los fieles han de seguir llevando su vida religioso-eclesiástica: criticar lo que es criticable, apelar a los „obispos“ y al „Santo Padre“, no „obedecer“ cuando los decretos contradicen a la fe. Pero si entonces, por „exceso de celo“ o por „impaciencia“ se mandan consagrar sacerdotes y obispos, eso son naturalmente señales cismáticas... ¿acaso porque se desconfía de la providencia divina?

Para aclarar con un ejemplo sacado del ámbito militar las consecuencias que resultan de esta posición, que para Ricossa y su comunidad Mater boni consilii parece ser más importante que el resto de la fe católica: un general comete alta traición y entrega su patria al enemigo junto con la armada que él manda. En lugar de hacer que a este general lo condene un tribunal de guerra y de nombrar un nuevo general, los des-laurieristas recomiendan esperar hasta que a este alto traidor se le ocurra volver a cambiar los frentes, para que puedan volver a „servirlo en fidelidad“. Mientras tanto, „llenos de esperanza en el cambio de opinión de su general“ (dicho en términos teológicos: llenos de esperanza en Dios), los soldados permiten que el enemigo gobierne irrestrictamente.

Para terminar, algunas indicaciones sobre nuestra situación actual. Si se observa el comportamiento de los creyentes, pero especialmente el de los sacerdotes y obispos que pretenden trabajar para la custodia de la fe y la reconstrucción de la Iglesia, entonces desgraciadamente hay que constatar por todas partes sectarismo y resignación. En el tiempo que siguió a la proclamación de la DECLARATIO –al margen de los esfuerzos que el entre tanto fallecido obispo Carmona emprendió a principios de los años noventa para la reunificación de los creyentes, y que el obispo Dávila quiere continuar ahora–, no se ha hecho nada para restituir la Iglesia como institución de salvación. En su visita del año pasado el obispo Dávila ha expuesto la situación de un modo más elegante: „Durante los últimos veinte años, nosotros los sacerdotes sólo nos hemos ocupado de problemas pastorales.“

Pero el trabajo pastoral sólo puede ser fructífero si se encuadra en las estructuras eclesiásticas, pues la administración sacramental ejercida hasta ahora sólo es legítima si se hace con la intención de que suceda como acto de la Iglesia. Sólo a ella, a la Iglesia, le ha conferido Cristo la administración de los sacramentos. Todo lo demás sería puro sectarismo. Por eso, el fin principal de todos nuestros esfuerzos ha de ser llevar adelante esta restitución. Pues Cristo fundó la Iglesia como institución de salvación –y no sólo como mera comunidad de fe– para garantizar con seguridad la transmisión infalseada de su doctrina y de los medios de la gracia. Por tanto, la reconstrucción de la Iglesia como institución de salvación es exigida por la voluntad de su divino fundador. Pero de aquí resulta un dilema. Por un lado falta por ahora la jurisdicción eclesiástica necesaria para el cumplimiento de estas tareas, puesto que la jerarquía ha apostasiado, mientras que por otro lado la reconstrucción es el presupuesto necesario para el restablecimiento de esta autoridad eclesiástica. Hay que encontrar una solución teológica clara para este problema.

La mera insistencia en la situación de urgencia que se da a nivel mundial no justifica la actuación iniciada de modo sólo personal ni el activismo de ciertos clérigos, y define teológicamente la situa-ción sólo de modo incompleto, pero tal actitud encierra en sí el peligro del sectarismo, toda vez que cada uno puede obtener de ello para sí mismo las consecuencias que quiera. A nadie se le ocurriría por ejemplo comprarse un uniforme y una escopeta para presentarse luego como soldado del ejército alemán o mejicano. ¿Cuál sería la solución? Para seguir con este ejemplo, sólo sería tal soldado si este ejército lo llamara. Aplicándolo a la Iglesia, sólo sería un verdadero sacerdote si pudiera acreditar que ha sido encomendado por la auténtica Iglesia.

Frente a ello se objeta que para resolver los problemas actuales no se necesita de ninguna estrategia propia, sino que basta con apelar al principio de estado de emergencia. Tal concepción no es sólo falsa, sino que es también altamente peligrosa. Con una medida de emergencia sólo se quiere impedir que se produzca o se haya de producir un estado determinado: quiero que algo no haya de ser. Pero con esta intención no digo (aún) lo que haya de ser. Por ejemplo, cuando construyo un dique quiero impedir que un río desborde la orilla e inunde el campo. Pero con esta medida no he indicado cómo quiero construir mi campo. Es decir, necesito además una idea positiva propia de cómo quiero utilizar el campo que quiero cultivar.

Regresemos a nuestro propio pasado eclesiástico inmediato: fue necesario administrar consagraciones episcopales sin mandato papal para salvar la sucesión apostólica amenazada, tal como hizo monseñor Ngô-dinh-Thuc. Pero sería un gran error suponer que en el futuro se puede renunciar a situaciones ordenadas, en último término al mandato papal, porque la Iglesia está supuestamente en peligro. Pues la apelación al estado de emergencia tiene que pagar por todas las acciones sectarias, incluso por la inadmisible consagración de sacerdotes casados. Si ustedes, queridos oyentes, echan un vistazo alrededor, no se ha producido justamente aquello que debería haberse alcanzado con la medida de emergencia de entonces: la salvación de la sucesión y de la Iglesia. Nos encontramos en un sectarismo del cual nosotros mismos somos culpables y que nosotros mismos hemos ocasionado. Sólo les vuelvo a recordar lo que es motivo de esta ponencia: las escandalosas consagraciones episcopales que McKenna fundamentaba con aquella tesis, y cuya insostenibilidad les he querido demostrar. ¡Qué abismos se han abierto aquí! Por tanto, para la reconstrucción de la Iglesia, para su restitución como institución de salvación, necesitamos conceptos propios:
- que tengan que estar teológicamente fundados, y
- que por un lado tengan que pasar factura a las realidades actuales
- y por otro lado sean apropiadas para reconfigurar estas realidades de tal modo que, finalmente, la Iglesia vuelva a ser el custodio de la revelación de Dios y la comunidad de los fieles vuelva a estar bajo un Papa elegido legítimamente.


La consagración episcopal de P. Guérard des Lauriers

Una vez que las investigaciones de los ritos de consagración postconciliares hubieran dado el resultado de que eran dogmáticamente defectuosos, o cuanto menos en sumo grado dudosos, es decir, que conforme a los nuevos ritos las consagraciones eran inválidas, entre nosotros fue creciendo la preocupación por la custodia de la sucesión apostólica, que depende de la serie ininterrumpida de consagraciones válidas (consagraciones episcopales y sacerdotales). Pero cuando monseñor Lefebvre rechazó enérgicamente nuestras preocupaciones al respecto, que algunos miembros de nuestro círculo le habían comunicado, indicando sarcásticamente que él conoce a un obispo casado en Lima... que tal vez se interesaría por nuestro problema..., entablamos contacto con Su Eminencia monseñor Ngô-dinh-Thuc. En ello pudimos apoyarnos en su declaración sobre las ordenaciones sacerdotales y episcopales que él había administrado en el Palmar de Troya, en España, que él fundamentaba señalando la situación de necesidad y el hundimiento generalizado de la Iglesia. El muy honorable Dr. Katzer, que como teólogo y pastor gozaba de un gran prestigio en el ámbito europeo entre los creyentes conservadores y sedisvacantistas, el Dr. Hiller y yo tratamos con él tanto el problema de la sedisvacancia como también la amenaza de la sucesión apostólica, para preguntarle finalmente si dadas las circunstancias él estaría dispuesto a consagrar a un obispo.

Después de que el Dr. Katzer, que se había puesto a disposición como candidato para el ministerio episcopal, desgraciadamente muriera de modo repentino, tuvimos que buscar para este ministerio a otro candidato digno con buena reputación entre los creyentes. El padre G. des Lauriers, que era profesor en la Gregoriana de Roma y más tarde durante un tiempo profesor en Econe, se había hecho un nombre como coautor de la „Breve investigación crítica del Novus ordo missae“, que habían publicado los dos cardenales Ottaviani y Bacci. El padre Guérard des Lauriers reaccionó a nuestro escrito con una carta extraordinariamente abierta y llena de preocupación, muy personal, en la que también hablaba de la situación de la jerarquía. Conocía a los obispos italianos de aquella época de sus estudios en la universidad papal, porque habían sido sus antiguos estudiantes. Los debates sobre la situación general y la necesidad de una eventual consagración episcopal se celebraron en Etiolles, el lugar de residencia del padre G. des Lauriers, cerca de París, con el Prof. Lauth y Dr. Hiller. Se llegó a la unanimidad en la mayoría de los puntos de discusión. Entre los participantes quedó únicamente como punto de controversia el problema de cómo G. des Lauriers pretendía interpretar la sedisvacancia con su tesis del „Papa materialiter, non formaliter“. Pues al margen de la dignidad teológica de esta tesis, en cuanto al modo de llevar una eventual lucha eclesiástica se desprenden consecuencias totalmente distintas frente a la posición de la estricta sedisvacancia, que fue sostenida públicamente tanto por nosotros como posteriormente también por Su Eminencia monseñor Ngô-dinh-Thuc. Pero si se pretendía seguir un camino común, había que eliminar estas diferencias, y en ello teníamos el convencimiento de que el padre G. des Lauriers se hallaba con su tesis en la famosa „senda perdida“.

El señor Hiller, el señor Lauth y yo considerábamos una conditio sine qua non para una eventual consagración episcopal del padre G. des Lauriers que sólo podríamos recomendarlo como candidato si veía su tesis como falsa. Con este propósito, el Prof. Lauth volvió a viajar, esta vez solo, a Etiolles, para eliminar en una intensa conversación este último „obstáculo a la consagración“.

Cuando Lauth regresó a Múnich, nos aseguró a Hiller y a mi que el padre Guérard des Lauriers había renunciado a su ridícula tesis, que se había distanciado de ella y asumido la posición que defendíamos nosotros, a saber, que reinaba la vacancia. Tras ello, nos dirigimos a monseñor Ngô-dinh-Thuc, que nos había dado su confianza en el curso de los años anteriores, en los que habíamos emprendido diversas empresas con él, para establecer el contacto con el padre des Lauriers como candidato a la consagración. Pero inmediatamente después de la consagración, celebrada el 7 de mayo de 1981, se evidenció que el Prof. Lauth nos había informado mal: el nuevo obispo proclamó que no le importaba estar en situación cismática. A la pregunta de cómo es que se sentía cismático, nos enteramos de que en modo alguno había cambiado su tesis de „Papa materialiter, non formaliter“ con la posición sedisvacantista. Adviértase que si nosotros hubiéramos intuido esto, el Sr. Hiller y yo jamás habríamos recomendado al padre Guérard des Lauriers como candidato a la consagración. Cuando además de esto nos enteramos de que des Lauriers primeramente tampoco quería ser activo como obispo, a través del Sr. Moser entablamos contacto con el padre Carmona y con la señorita Gloria Riestra de Wolff, la editora de la antigua revista TRENTO, para indagar la disposición, si dadas las circunstancias el padre Carmona estaría dispuesto a asumir el ministerio episcopal para preservar la sucesión, con el conocido resultado de que el 17 de octubre de 1981 recibió la ordenación episcopal junto con el padre Zamora.

En el tiempo posterior, la consagración del padre Guérard des Lauriers hubo de evidenciarse en múltiples sentidos como „accidente“, como por lo demás también otras consagraciones. No sólo porque el obispo Guérard des Lauriers comenzó a atacar de modo penetrante a Su Eminencia monseñor Ngô-dinh-Thuc, que en aquella época había huido a nosotros desde Toulon escapando de la persecución, diciendo que después de todo éste quería adherirse a su tesis del „Papa materialiter, non formaliter“ –el arzobispo, que en aquella época vivía con nosotros, lleno de rabia rompió estas cartas y tiró los trozos por la ventana–, sino que también comenzó una lucha pública con los obispos ordenados posteriormente, Carmona y Zamora, sobre la posición eclesiástica „correcta“. En la revista Sus le banniere nos insultó a la señorita Gloria Riestra, a De Wolff, al Dr. Hiller y a mí llamándonos cismáticos. No reprocho a Guérard des Lauriers haber establecido su tesis de „Papa materialiter, non formaliter“ –cualquiera puede equivocarse–, pero considero una falta absoluta de escrúpulos que de forma penetrante e insultante para los afectados atacara precisamente a aquellos que le habían ayudado a asumir el ministerio episcopal. Del todo incomprensible fue su comportamiento contra la DECLARATIO de Su Eminencia el arzobispo Ngô-dinh-Thuc, que el desestimó con la propaganda a favor de su propia tesis. Esta campaña contra quien lo había consagrado llegó incluso hasta el punto –por cuanto recuerdo– de que difundió o hizo difundir el rumor de que el autor de la DECLARATIO no era monseñor Ngô-dinh-Thuc, sino los Sres. Hiller y Heller. Todavía hoy tengo que amenazar en ocasiones con consecuencias jurídicas a personas que siguen afirmando que monseñor Ngô-dinh-Thuc se dejó „comprar“ para la redacción de la DECLARATIO.

Con su campaña sin escrúpulos, que él emprendió seguidamente, en favor de su tesis –como yo la formulo sarcásticamente– del „medio Santo Padre“ y contra su consagrador, contra sus cofrades que se no adhirieron a él sino a la DECLARATIO sobre la sedisvacancia, paralizó sensiblemente nuestra lucha eclesiástica. Y con la misma falta de instinto siguen operando hoy sus antiguos discípulos.

Aparte de estas descortesías, monseñor Guérard des Lauriers perjudicó gravemente nuestra lucha eclesiástica también en otro sentido, ordenando obispos a candidatos sin consultarlo ni hablarlo con sus cofrades episcopales, y sin haber examinado el estado y la capacitación de los sacerdotes cuestionables, o sin atender a las reservas que había frente a ellos. Con ello fue el causante de lo que yo he llamado el „cisma interno“ (cfr. EINSICHT XXXI/2, p. 32 ss.). Así, consagró obispo entre otros al Dr. Storck –que aunque era un teólogo y un filósofo dotado, como sacerdote había hecho concesiones a Econe y a sacerdotes vagantes–, incluso contra las objeciones presentadas por monseñor Vezelis. Monseñor Guérard des Lauriers consagró incluso al padre McKenna por sugerencia de una anciana señora de Suiza, motivo por el cual, unas semanas antes de la fecha de la consagración, éste se pasó al bando teológico de monseñor Guérard des Lauriers, cuya posición sigue sosteniendo hoy día. Y naturalmente des Lauriers había realizado la consagración contra las protestas de fieles y sin hablarlas con los obispos americanos Musey y Vazalis, que ya ejercían sus ministerios. Igualmente sin consultar a los otros obispos consagró también al ex-econista Munari, que entre tanto ha pasado al estado de laico.

Tal vez a monseñor Guérard des Lauriers, que falleció el 27 de febrero de 1988 –poco antes de alcanzar los noventa años–, se le pueda considerar que de hecho buscara una solución clara para el problema de la jurisdicción –al contrario que otros obispos– y que al menos al final de su vida pusiera en cuestión la validez de su tesis, que tantos disgustos había deparado, adhiriéndose más bien a la posición del sedisvacantismo establecida en la DECLARATIO de Su Eminencia Ngô-dinh-Thuc (SAKA-Informationen de mayo de 1988).

* * *

Notas:

(1) Los firmantes, don Franco Munari, don Francesco Ricossa, don Curzio Nitoglia y don Giuseppe Murro, obedeciendo a la doctrina de la Iglesia católica, según la cual es obligatoria la necesidad de una retractación pública como consecuencia de la publicación de doctrinas falsas sobre la fe y la moral, declaran retractarse públicamente de que han enseñado, o al menos consintieron implícitamente como concordante con la verdad, que en el tiempo de 1982 a 1985, es decir, durante su pertenencia a la Hermandad sacerdotal San Pío X, creyeron en los siguientes errores:
1. Al Papa romano se le atribuye infalibilidad sólo en las decisiones „ex cathedra“ (es decir, cuando enseña dogmas).
2. El ministerio doctrinal habitual y universal de la Iglesia no es infalible.
3. El Concilio Vaticano II puede ser no infalible como concilio pastoral, pero no como concilio dogmático.
4. Está permitido, y habitualmente se ofrece, negar la obediencia a la doctrina doctrinal, moral y litírgica de la autoridad legítima (el Papa y los obispos), aunque se reconoce que a esa misma autoridad se le atribuye toda la autoridad en virtud de la instauración divina de la Iglesia.
5. Es posible que la autoridad legítima (el Papa romano) de la Iglesia universal promulgue y ordene leyes (rito misal, sacramentos, código del derecho eclesiástico) que contengan errores, herejías, así como también elementos perjudiciales para la salvación de las almas.
6. Es posible que un auténtico Papa verdadero, un verdadero representante de Cristo, pueda ser al mismo tiempo cismático, apostásico y estar en contradicción con la tradición, y que sus actos haya que juzgarlos como nulos.
Las DECLARACIONES ERRONEAS que hemos citado arriba lastiman mortalmente el dogma católico de la INSTAURACION DIVINA DE LA IGLESIA, su MINISTERIO DOCTRINAL, la INFALIBILIDAD de la Iglesia y del PAPA ROMANO. A todos aquellos a los que hayan ofendido de esta manera, los sacerdotes firmantes piden con esta retractación pública perdón y oraciones, y aseguran que con la ayuda de Dios jamás volverán a sostener errores semejantes. (Citado según KE Nr. 3/1996, p. 80)
(2) P.L. 120. Paschasius Radbertus, Liber de Corpore et Sanguine Domini, col. 1317.
(3) Ad sacrosanta Concilia a Philippo Labbe et Gabriele Cossartio edita Apparatus alter, Venetiis 1728.
(4) Defensio Fidei, lib. V. De antichristo, Tom. XX, Cap. XXI, 7.
(5) Romani Pontificis in definiendo infallibilitas breviter demonstrata. Thyrsi Gonzales S.J. Parisli 1698.
(6) Controversio de Romano Pontifice, lib. II, cap. XXX.
(7) Cfr. la bula de Pablo IV „Cum ex apostolatus officio“, § 1: „Considerando este asunto tan difícil y peligroso, el Romano Pontífice, que es el representante de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo en la tierra, tiene un poder ilimitado sobre los pueblos y los reinos, y decide jurídicamente sobre todos, sin quedar sometido él mismo en este mundo a juicio jurídico. Sin embargo se le puede contradecir si se encuentra que se ha desviado de la fe.“
(8) „Cum ex apostolatus officio“, § 2: „Todos los que hasta ahora se han desviado de la fe católica, que han caído en herejía o en cisma o que han provocado y se han hecho culpables de ellos, si son conocidos como tales, si se han confesado como tales o si fueron llevados allí, o si (lo que Dios, en su misericordia y bondad, quiera evitarles) en adelante van a desviarse, a caer en herejía o en cisma, a provocarlos o inculparse de ellos, o se vaya a encontrar que se han desviado, que han caído en herejía o en cisma, que los han provocado o se han inculpado de ellos, que lo confiesan o que son llevados allí, que éstos, así lo queremos y lo determinamos Nosotros, que éstos, de cualquier estado, grado, rango, oficio y dignidad excelente que sean, aun cuando tengan dignidad episcopal o archiepiscopal, o posean dignidad de patriarcas, de primados o una dignidad eclesiástica superior, aunque estén provistos de la dignidad cardenalicia o posean siempre o con limitación temporal, en cualquier lugar de la tierra, el ministerio de un legado de la silla apostólica, que reciban sobre sí las sentencias jurídicas, las censuras y las sanciones que se han mencionado.“
(9) P.L. 54, 743 ss.
(10) Para comparar esta posición con la de los econistas: ellos también tienen el problema de la falta de autoridad papal, puesto que rechazan igualmente muchas conclusiones del Vaticano II y las reformas que él inició. Pero lo hacen por otro motivo. No discuten que un Papa que es herético deja de ser Papa, pero discuten que Juan Pablo II haya difundido decididamente herejías, sino que sólo es „liberal“ o „modernista“, dañando de este modo a la Iglesia, por lo que se oponen a sus decretos. Con esta posición „tradicionalista“, es decir, teológicamente inacreditada, se mueven sobre una capa de hielo que argumentativamente es muy fina, como evidencian todas las negociaciaciones que han llevado con Roma.
(11) Nosotros, los auténticos seidsvacantistas, nos caracterizamos porque junto con la constatación de que la silla está desocupada pretendemos al mismo tiempo que debe volver a ser ocupada.


















 
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