COMUNICADOS DE LA REDACCION
Ergertshausen, Domingo Laetare 2002
Queridos lectores:
El Evangelio del Domingo „Quinquagessima“ nos muestra inequívocamente
la „conditio sine que non“ para el valor que tienen todas nuestras
restantes fuerzas, muestra el horizonte intranscendible sobre que se
proyecta todo lo demás, sobre el que se jerarquizan nuestra acción y
nuestras dotes: absolutamente. „¡Hermanos! Aunque hablara la lengua de
los hombres y de los ángeles, si no tengo amor soy como bronce que
suena o tímbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y
conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera
plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada
soy. Aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las
llamas, si no tengo amor, nada me aprovecha.“ Y hoy se podría añadir
–para cautivar la atención de los triunfalistas–: „Si hubieras
(conservado) la fe recta y fueras un valiente sedisvacantista, pero no
tuvieras amor, de nada te aprovecharía.“ Esta advertencia se dirige a
todos aquellos que, en la conciencia de su ortodoxia, autojustificados
miran con desdén a aquellos que tienen sus problemas de fe o corren
bobamente tras el gran batallón sincretista o dentro de él. Pues „el
amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no es
jactancioso, no se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se
irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se
alegra de la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo
lo soporta.“ (1 Corintios 13, 1-8) Por eso también San Agustín puede
decir del amor: „Da lo que exiges, y exige lo que quieres.“
(Confesiones, Libro X, Cap. 29) Pues si está hecho en el amor, todo es
soportado por él, todo es bueno y justificado: ama, y haz lo que
quieres.
¿Pero qué pasa con los actos que no están hechos en el amor sino en el
odio? ¿Cómo se puede com-pensar eso? ¿Cómo se puede superar, expiar
aquello que no debería ser? El amor que busca y halla el colmamiento en
sí mismo, Cristo lo ha sobrepasado con Su amor expiatorio, que alcanzó
su punto supremo en la muerte en sacrificio en la cruz, y que compensó
el odio, que dio la restitución y con el cual devolvió al mundo la
salvación que había perdido con la caída en pecado y con los
innumerables pecados. Esta redención de la prisión de los pecados nos
regala inmerecidamente la posibilidad de volver a reconciliarnos con
El. Sólo hemos de aceptar este sacrificio para volver a unificarnos con
El (en la Nueva Alianza). La muerte y la resurrección de Cristo son
sólo las dos caras de una medalla. La muerte en la cruz como expiación
por nuestros pecados es al mismo tiempo la puerta a través de la cual
él avanza hacia la resurrección, hacia la nueva vida, a la que él
quiere volver a despertarnos. Como escribe el apóstol Pablo: „Cristo se
hizo pecado por nosotros“, haciéndose sacrificar y asumiendo nuestros
pecados El, el absolutamente sin pecado, el „cordero sacrificial“ puro,
para expiarlos en sustitución de nosotros, pecadores, que no éramos en
absoluto capaces de ello. Tomó sobre sí la muerte para guiarnos a una
nueva vida. En el acontecimiento pascual, Cristo significa que también
nosotros podemos resucitar con El de la muerte de los pecados, que nos
ha traído también la muerte física, si aceptamos humildemente su
sacrificio... si lo aceptamos para luego unirnos también en ello con El.
Con estas palabras les deseo una fiesta pascual llena de gracia, que nos haya de transmitir la alegría del Salvador resucitado.
Eberhard Heller |